No sé de qué escribir. No me animaría a preguntarle a la gente sobre qué puedo hacerlo, considerando que según Blogger he tenido muchos vistos, pero ningún comentario aun. No importa; estoy acostumbrado a hablar solo. Así que ante esta disyuntiva, he decidido aplicar una estrategia de marketing: luego de Argentina hay una llamativa cantidad de vistos desde Estados Unidos y Rusia. Del Imperio Capitalista infiero a que se debe a que muchos servidores de internet están allá; del segundo, no tengo ni idea. Así que, hablemos de Rusia.
Debo ser sincero y anticipar que no soy un especialista en el país, muy a mi pesar. Tengo cierta predilección por los países ignotos, por lo cual irónicamente nunca he profundizado tanto como quisiera sobre la tierra de los Zares, los bolcheviques y el vodka.
Una de mis maneras favoritas para clasificar países es agrupándolos en dos: los aburridos (sobre los que podría escribir otra entrada) y los divertidos. Entre estos últimos, Rusia concentra en sí todas las características de un país apasionante, lleno de vida, cuya sociedad es compleja y cuyos políticos no cambian. Desde la disolución de la Unión Soviética, Rusia ha navegado casi a la deriva en el anárquico océano de la política internacional. De superpotencia que aterrorizaba a unos y subsidiaba a otros (o ambas cosas a la vez), los últimos 20 años Rusia sigue sin saber muy bien cuál es su lugar en el mundo. Bah, sí lo sabe; la cuestión es que no lo acepta.
El amplio despliegue diplomático que Moscú ha hecho ante la guerra civil en Siria no deja de ser llamativo, si uno lo analiza a partir de la posición internacional que detenta Rusia. Estados Unidos tiene intereses objetivos hasta en el desierto más solitario del globo, ¿pero Rusia? Es debatible si el gran costo político que Moscú está pagando por sostener al régimen sirio se reditúa en ganancias. Personalmente creo que, en sí mismo, el apoyo le cuesta excesivamente caro. Por otro lado, si el azar y el buen juicio ruso ayudan, puede que el sostenimiento de uno de los últimos baluartes de influencia conlleve a un incremento de su poder y credibilidad. No es casual que en Tartu, puerto sirio, esté ubicada la última base naval rusa de ultramar.
No deja de sorprender como las desgacias ajenas son inesperados impulsos para Moscú. Europa ya teme desde hace años una crisis energética: su capacidad hidroeléctrica está colmada; el precio del petróleo se mantiene establemente alto y las energías renovables no son lo suficientemente competitivas. A este ya sombrío panorama se sumaron dos casi impredecibles: la guerra civil en Libia y el accidente en la Central nuclear Fukushima. La primera suspendió las importaciones petroleras desde el país norafricano, del cual es especialmente dependiente Italia; la segunda, robusteció la presencia de los lobbies antinucleares particularmente activos en Alemania. Hoy Berlín, no sin cierta reticencia, ha comenzado un lento pero constante proceso de desmantelamiento de sus centrales nucleares. Ello conlleva a una mayor dependencia energética de Rusia, que ya hoy es la fuente del 40% del gas consumido en Alemania. Más demandas, más exportaciones, más ingresos.
Ni lentos ni perezosos, Rusia recela y cuida su remanente influencia. Su actitud defensiva también se evidencia en los debates por la reforma del Consejo de Seguridad, donde es el miembro permanente más reacio a alguna modificación del status quo. Incluso a veces tiene ciertos instintos soviéticos y vende armas a cuanto gobierno antiestadounidense - léase, Venezuela - se lo solicite.
En 1918 se anunció el fin del águila bicéfala, pero no fue más que un disfraz rojo con el que se cubrió. En 1991, algunos se ilusionaron con su fin, pero hoy quiere volver. Hay días en que lame sus heridas y otros en que sale de caza. ¿Cuándo volverá nuevamente a volar y ser la reina de los cielos? El mundo es un poco menos entretenido desde entonces.
Ah, y no querría terminar este posteo sin dar un lugar a la pluralidad ideológica. Cerremos con la opinión sobre Rusia del camarada Chávez:
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