martes, 23 de julio de 2013

Cogitando sobre la Política Exterior Argentina

Han pasado varias semanas de aparente inactividad en este blog, lo cual no implica que no haya escrito. Por el contrario, tengo 4 o 5 posteos a medio hacer. El problema es que en todos los casos llegué a un punto muerto, pero como me gusta lo escrito, no los he borrado aun sino que esperaré a retomar la inspiración.

Regresé hace unos días de Paraná, del Congreso Nacional de Ciencia Política. Como su nombre indica, las relaciones internacionales tuvieron un lugar algo secundario y predominó el enfoque en lo local y sudamericano. Siempre disfruto de estas actividades, pues no sólo aprendo mucho, sino que también le permite a uno encontrarse con esos académicos que escriben los libros y papers que estudiás y citás. Además, uno conoce el estado de la ciencia, las modas, las caras repetidas, lo políticamente correcto...

Con todo esto, muchas ideas andan revoloteando mi mente últimamente, entre las cuales hay aun un gran lugar para la Argentina. Mucho hablar sobre ignotos países genera la apariencia de que me desinteresa el mío; nada más alejado de la realidad. Particularmente la política exterior argentina está en una situación que creo que merece algunas reflexiones que trasciendan lo mediático y lo 'facilista'. Cuando uno estudia científicamente un objeto debe ser capaz de aprehender estructuras teóricas que le permitan acercarse a su objeto de estudio con una razonable objetividad y claridad de niveles de análisis y variables.

Cuando digo "lo mediático" me refiero a esos clichés que se infunden ampliamente entre medios de comunicación tanto opositores como oficialistas. Un ejemplo claro de esto es el debate sobre si la Argentina está o no aislada del mundo. Cada parte aprovecha cada pequeño evento para intentar evidenciar que su hipótesis es la correcta, en un juego político inconducente.

Creo que es evidente que un país que ha formado parte del Consejo de Seguridad durante 2 ocasiones en los últimos 10 años, no está aislado del mundo. No hacen falta más pruebas que esa para refutar una hipótesis tan vacua que, incluso, no resiste el mero análisis metafísico: ningún país, por definición, está aislado.

Por el otro lado, creo que es cierto que hoy la Argentina enfrenta nuevos desafíos novedosos en el sistema internacional  que la llevan a encontrarse relativamente aislada de las principales corrientes de comercio y procesos de integración. Como dice la profesora Busso de la UNR, hoy Argentina es comparativamente más poderosa que hace 12 años, pero menos poderosa en términos relativos a sus vecinos. Durante el gobierno de Duhalde y la primera mitad de Néstor Kirchner, la política exterior estaba limitada por los factores internos relacionados con la crisis de 2001: la renegociación de la deuda con el FMI, principalmente. Desde entonces, el país ha ido gradualmente recuperando su capacidad de iniciativa consolidándose en históricas cuestiones como la lucha contra el terrorismo internacional y la seguridad nuclear y asumiendo nuevas banderas como la de los derechos humanos y la reforma de los organismos internacionales. El quid de la cuestión radica - a mí entender- en que el país no ha sido el único de la región que ha vivido un gigantesco proceso de crecimiento económico y reimpulso de su política exterior; hay otros que lo han hecho a incluso mayor ritmo.

El estudio de las relaciones exteriores de Argentina evidencia un lento y gradual declive en su capacidad de proyectar su liderazgo en la región. Desde un aislamiento voluntario que evidenciaba, precisamente, la asimetría del país con el resto de Sudamérica, hacia una posición de casi relativa paridad con varios vecinos. Hoy Brasil es un líder sin seguidores, pero líder al fin, con capacidad de inversión hacia afuera y candidato a jugar en las grandes ligas; Chile persigue una muy activa política de diversificación de relaciones, con una profunda inserción global e integración en materia económica; Bolivia lleva 10 años viendo disminuir su relativa insignificancia gracias a la dependencia energética que Argentina y, en menor medida Brasil, tienen de su gas; y Venezuela acumula ya 14 años desde el inicio del proyecto bolivariano de petrodiplomacia y un importante activismo discursivo a favor de la integración. En materia de organismos regionales, la consolidación de la Alianza del Pacífico entre México, Costa Rica, Colombia, Perú y Chile (en la cual Paraguay y Uruguay son observadores) ha creado un modelo alternativo de integración que, en este momento, vive un nivel de actividad altísimo a diferencia del moribundo Mercosur. El desafío que crea esta Alianza es especialmente grande para la Argentina pues, a diferencia de Brasil, no tiene la capacidad suficiente de proyectarse sola hacia el mundo en la mayoría de las áreas, especialmente comercial.

Da la sensación que Argentina recupera terreno perdido, mientras sus vecinos ganan espacios antes no adquiridos. Creo que el desafío argentino hoy es lograr redefinir cuál es su espacio en la región y en el mundo, con capacidad de iniciativa y con un proyecto profesional que le permita verdaderamente diversificar y sobretodo profundizar sus lazos económicos. En otro nivel de análisis, es necesario recomponer dentro del organigrama del Estado el rol del Ministerio de Relaciones Exteriores en el diseño de la política exterior. En los últimos años, su posición se ha visto relegada, en varios ámbitos, a una oficina auxiliar para proyectos elaborados, por ejemplo, desde el Ministerio de Economía. La búsqueda de mercados no tradicionales, como Vietnam, Azerbaiyán y Angola, se explica en gran medida como parte de un deseo de la Secretaría de Comercio de potenciar las exportaciones argentinas y captar divisas. Las Embajadas, así, se parecen a oficinas de enlace.

 La política y los discursos pueden ser buenos, pero producir y comerciar son la única real fuente de crecimiento económico y de desarrollo; y la política exterior debe estar al servicio de estos fines.

jueves, 6 de junio de 2013

If the East were the West

I am about to start preparing to take the CAE, thus I thought it would be a good idea to make some posts in Shakespeare's language. I know it can be a little be tedious for some people, but I am not interested on those who can't read in English, so... Here it goes. I hope there aren't too many mistakes.

I like chaining themes and ideas. I started with Serbia, wrote about the European Union and that led me to Germany. The shortage of ideas led me to the Soviet Union, which is not far away from the Reich. Now, therefore, I ought to continue the geographic linkage. Coincidentally, I have begun to re-read the papers I wrote in the last couple of years. Reviewing some gruesome works of the first years, I found a little gem written for Political Theory III. For some mysterious reason, the teacher praised me the short essay, but rated it at an eight. I don't care: I liked what I did, so I will share a summary of what I wrote for those willing to read me.

Obviously, for those who have already read me, the research is about an other pair of countries difficult to find for the average human. These are Estonia and Ukraine, hence the essay's name is: "Reform, parties and democracy: the miracle of Tallin and the disenchantment of Kiev". The paper was born of my interest on the post-communist transitions in Eastern Europe during the nineties.

I was told to put more pictures, so here is a map:

I have also been told not to give so much for granted, so I clarify that Estonia is the green little country, while Ukraine, the orange one. Both states were members of the Union of Soviet Socialist Republics, having Estonia had a brief period of 22 years of independence after the WWI.

In a 1992 report, the Deutsche Bank predicted that Ukraine would be the most successful ex-Soviet country for its natural resources, strategic position and high levels of education and training. Estonia, meanwhile, was a region where the independent status was achieved by singing and without a drop of blood during the approach of Russian tanks.

My hypothesis was that the bold institutional reform, particularly of the political parties system, helps to explain the phenomenal Estonian success and growth. Ukraine, in contrast, owes its vicious circle of corruption, economic recession and choking democratic to the fact that those in power simply didn't leave the power.

In Estonia, a curious thing happened: the Revolution (one, being Latin American, finds it difficult to classify as a revolution an independence process almost conflict-free) was led by people in their thirties. For example, the government's first cabinet led by Mart Laar had an average of 32 years old. The wide successive victories of liberal and center-right parties did not prevent the formation of non-Communist center-left parties, as the Coalition Party. Instead, the nomenclatura (the Communist elite) failed to win seats in the Riikogu (Estonian parliament) and in 1995 only got 316 votes.

In Ukraine, on the other hand, the Ruj (an anticommunist movement) did not dare to fight for the government because it consider itself inexperienced on management issues. This allowed Kravchuk, First Secretary General of the Communist Party, to be who negotiated with Moscow the independence in the Belavezha Accords. After, came Kuchma from 1994 to 2000, having previously been a communist leader. The country thus transformed from Soviet communism to crony capitalism. Not only the extensive coorruption stole the country's wealth, but also led to a state of things in which, for example, 70 journalists were killed during Kuchma's government.

So it is easy to understand why, among other reasons, economic perfomance (and, therefore, development) were dramatrically opposed. The World Bank does not provide GDP growth data for Estonia before 1996, so I take this year as a starting point for a simple 10 years graph that illustrates the compared growth of GDP in percentages:


Source: World Bank

In 1997, Estonia grew by 13% while Ukraine decreased by 3%. If my Excel worked, I could complete the chart and add the previous five years reporting even much more impressive numbers. In 1995 Estonia ended the period of GDP decline caused by the economic shock, while Ukraine took four more years to do so. Coincidence? We are talking about two states that, beyond their clear size difference, belonged to the same country until years earlier.

While many in Latin America talk about the "nineties" as a dark decade, in other latitudes was an age of miracles and dreams. Not only Estonia, but also the Czech Republic, Poland and Hungary demonstrated that in Europe the happiness no longer ends in Vienna.










And this is an FanArt that appears in Google Images if you search "Estonia and Ukraine". I do not know what the artist intended to portray, but I found it tender. Who might be who?


viernes, 31 de mayo de 2013

De zares, bolches y vodka

No sé de qué escribir. No me animaría a preguntarle a la gente sobre qué puedo hacerlo, considerando que según Blogger he tenido muchos vistos, pero ningún comentario aun. No importa; estoy acostumbrado a hablar solo. Así que ante esta disyuntiva, he decidido aplicar una estrategia de marketing: luego de Argentina hay una llamativa cantidad de vistos desde Estados Unidos y Rusia. Del Imperio Capitalista infiero a que se debe a que muchos servidores de internet están allá; del segundo, no tengo ni idea. Así que, hablemos de Rusia.

Debo ser sincero y anticipar que no soy un especialista en el país, muy a mi pesar. Tengo cierta predilección por los países ignotos, por lo cual irónicamente nunca he profundizado tanto como quisiera sobre la tierra de los Zares, los bolcheviques y el vodka. 

Una de mis maneras favoritas para clasificar países es agrupándolos en dos: los aburridos (sobre los que podría escribir otra entrada) y los divertidos. Entre estos últimos, Rusia concentra en sí todas las características de un país apasionante, lleno de vida, cuya sociedad es compleja y cuyos políticos no cambian. Desde la disolución de la Unión Soviética, Rusia ha navegado casi a la deriva en el anárquico océano de la política internacional. De superpotencia que aterrorizaba a unos y subsidiaba a otros (o ambas cosas a la vez), los últimos 20 años Rusia sigue sin saber muy bien cuál es su lugar en el mundo. Bah, sí lo sabe; la cuestión es que no lo acepta.

El amplio despliegue diplomático que Moscú ha hecho ante la guerra civil en Siria no deja de ser llamativo, si uno lo analiza a partir de la posición internacional que detenta Rusia. Estados Unidos tiene intereses objetivos hasta en el desierto más solitario del globo, ¿pero Rusia? Es debatible si el gran costo político que Moscú está pagando por sostener al régimen sirio se reditúa en ganancias. Personalmente creo que, en sí mismo, el apoyo le cuesta excesivamente caro. Por otro lado, si el azar y el buen juicio ruso ayudan, puede que el sostenimiento de uno de los últimos baluartes de influencia conlleve a un incremento de su poder y credibilidad. No es casual que en Tartu, puerto sirio, esté ubicada la última base naval rusa de ultramar.

No deja de sorprender como las desgacias ajenas son inesperados impulsos para Moscú. Europa ya teme desde hace años una crisis energética: su capacidad hidroeléctrica está colmada; el precio del petróleo se mantiene establemente alto y las energías renovables no son lo suficientemente competitivas. A este ya sombrío panorama se sumaron dos casi impredecibles: la guerra civil en Libia y el accidente en la Central nuclear Fukushima. La primera suspendió las importaciones petroleras desde el país norafricano, del cual es especialmente dependiente Italia; la segunda, robusteció la presencia de los lobbies antinucleares particularmente activos en Alemania. Hoy Berlín, no sin cierta reticencia, ha comenzado un lento pero constante proceso de desmantelamiento de sus centrales nucleares. Ello conlleva a una mayor dependencia energética de Rusia, que ya hoy es la fuente del 40% del gas consumido en Alemania. Más demandas, más exportaciones, más ingresos.

Ni lentos ni perezosos, Rusia recela y cuida su remanente influencia. Su actitud defensiva también se evidencia en los debates por la reforma del Consejo de Seguridad, donde es el miembro permanente más reacio a alguna modificación del status quo. Incluso a veces tiene ciertos instintos soviéticos y vende armas a cuanto gobierno antiestadounidense - léase, Venezuela - se lo solicite.

En 1918 se anunció el fin del águila bicéfala, pero no fue más que un disfraz rojo con el que se cubrió. En 1991, algunos se ilusionaron con su fin, pero hoy quiere volver. Hay días en que lame sus heridas y otros en que sale de caza. ¿Cuándo volverá nuevamente a volar y ser la reina de los cielos? El mundo es un poco menos entretenido desde entonces.




Ah, y no querría terminar este posteo sin dar un lugar a la pluralidad ideológica. Cerremos con la opinión sobre Rusia del camarada Chávez:





sábado, 27 de abril de 2013

La esperanza del Cuarto Reich


La orilla oriental del Rin ha sido por milenios cuna de los mayores temores europeos. Allí el Imperio Romano encontró su frontera ante las tribus bárbaras que luego atravesarían paulatinamente la frontera y oportunamente saquearían Roma. También allí nació la Reforma Protestante, que sacudió al continente en un siglo de guerras religiosas. El Imperio Romano Germánico - el Primer Reich - tuvo su centro en esas llanuras desde donde algunos de sus Emperadores soñaron con reunificar al continente. Tras su desintegración, logró reunificarse bajo el liderazgo de Prusia en el siglo XIX y convertirse en el Imperio Alemán - Segundo Reich -. Dos Guerras Mundiales, dos derrotas. Sus ciudades casi sin excepción fueron llevadas a los escombros bajo el fuego aliado, particularmente soviético. Su población, diezmada y reubicada; su Estado, desarticulado; su economía, destruida; su territorio, redibujado. Ese es el cuadro de Alemania hace tan sólo 65 años.

Hoy el panorama ha cambiado de sobremanera, pero antiguos temores, profundamente enraizados en sus vecinos siguen tan vigentes como hace veinte siglos. La posibilidad de una potencia teutona es un fantasma que vive en la mente de muchos políticos y ciudadanos y que en el contexto de la actual crisis en la Unión Europea resurge con fuerza.

El milagro europeo de posguerra, sobre el que quisiera escribir más detalladamente en otra entrada, fue el resultado de un diseño político minuciosamente elaborado por sectores políticos de Washington, Moscú y, en menor medida, Londres. Una cortina de hierro dividió a Europa y esta división, paradójicamente, permitió que el continente se sumergiera en décadas de paz. La amenaza soviética hizo que los Estados occidentales vieran modificados sus cálculos de intereses y debieran iniciar un proceso de integración que llega hasta nuestros días. Pero la Unión Soviética no fue el único factor determinante en ese proceso, sino quizás más crucial fue el elemento germano: ¿qué hacer con Alemania?


Dicha pregunta había sido formulada menos de treinta años años atrás durante la Conferencia de Versalles con catastróficas consecuencias. La humillación a la que fue sometido el Imperio Alemán caló hondo entre su población y es una de las causas que explican el nacionalsocialismo. Con Hitler, Alemania resurgió bajó la forma del Tercer Reich y sumado al hábil manejo diplomático pudo rearmarse y dar inicio al Tercer Reich con los resultados que ya conocemos. De allí que en 1945 el terror a Berlín - especialmente en París - llegaba a puntos esquizofrénicos. La opinión pública francesa hubiera visto con sumo agrado su mutilación, como había hecho Napoleón y quizás como se retrata en la imagen. Pero ésta se limitó a aceptar la influencia soviética sobre los cinco landers orientales y la mitad de Berlín y a nuevamente prohibir a Austria una potencial unificación con su hermana del norte.

Especialmente desde Washington surgió la idea de que era necesario contener e incorporar a los alemanes. La Comunidad Europea del Acero y del Carbón - semilla de la Unión Europea - junto a las numerosas organizaciones que fueron surgiendo posteriormente fueron creadas con el fin de sumar a Alemania a un proyecto supranacional que licuara cualquier ambición continental. Era necesario europeizar a Alemania y así fue. Con algunos avances y retrocesos, las ciudades fueron reconstruidas, sus industrias puestas en marcha nuevamente y la población conoció otra vez altos niveles de desarrollo. Tras la caída del Muro de Berlín, a pesar de algunas aisladas hesitaciones inútiles, finalmente Alemania se reunificó. Algunos miedos resurgieron, pero estos fueron rápidamente desestimados con la creación del Euro que impulsó aun más la integración económica y cuando fue evidente que las tareas de reunificación ocuparían por varios años su atención.

Así era como todo iba bien - demasiado bien - hasta que llegó el infame 2008. Súbitamente los gobiernos en Atenas, Madrid, Lisboa y otros se dieron cuenta que durante años se habían endeudado demasiado y que ante la retracción de la economía mundial veían disminuidas sus capacidades de pago. Cuando los gastos exceden los ingresos y ya casi no se puede tomar deuda, no hay muchas más alternativas excepto que recortar el presupuesto. Devaluar no es una opción, ya que éstos países adoptaron el Euro. Por otro lado, retirarse del Euro es una posibilidad atrayente aunque con varias consecuencias negativas: pérdida de la capacidad de compra, riesgo inflacionario y, especialmente, riesgo de impagabilidad de las deudas contraídas en Euro. Éste último elemento es el que ha motivado a que el gobierno alemán y sus bancos sean los principales enemigos de una retirada de países de la Eurozona. Uno no puede culparlos por defender sus intereses. Españoles o griegos, cuyas deudas públicas e hipotecas fueron tomadas en Euros, verían sus ingresos convertidos en unas menos valorizadas pesetas y dracmas. Sus capacidades de pago disminuirían drásticamente y los bancos alemanes, principales acreedores, verían desaparecer sus ilusiones de cobrar lo que legítimamente prestaron. Todo acreedor tiene derecho a cobrar y a exigir ciertas condiciones. Nadie da su dinero gratuitamente, excepto una donación, que no es el caso.

El pueblo alemán tantas veces diezmado creó con eficiencia una economía pujante y competitiva en la cual el desempleo es bajo y el desarrollo alcanza a la mayor parte de la sociedad. El nivel de productividad del trabajador alemán es mucho más alto que el de sus colegas del sur y un buen manejo macroeconómico les permite tener hoy un presupuesto equilibrado, sin necesidad de mayores recortes. ¿Quién puede culparlos por ser eficientes? Uno no puede ser ajeno al resquemor del votante germano a aportar con sus impuesto a los rescates financieros de sus vecinos australes cuyos niveles de productividad son menores, es decir, trabajan menos. Sin contar que, además, Alemania ya eximió, por ejemplo, a Grecia de la mitad de su deuda.


Como alguien ya dijo, el proyecto en 1945 era europeizar a Alemania, pero lo que hoy estamos presenciando es una Europa en vías de alemanización. El Cuarto Reich, es decir una nueva hegemonía germana sobre el continente, es una supuesta amenaza que agitan aquellos que no quieren pagar la fiesta y encuentran en el odio a Merkel, la Canciller alemana, una figura en la que canalizarla. Es más simple odiar que aceptar la propia responsabilidad por no haber tomado oportunamente las decisiones correctas. Se acusa a Berlín de estar sumiendo a Europa en una mayor recesión con sus austeras medidas. ¿Pero acaso no fue el propio desmanejo macroeconómico el que ha sumido a estos países? Ninguna economía - y mucho menos aquellas cuyas fuentes principales de divisas derivan de la prestación de servicios - puede sobrevivir eternamente a base de endeudamiento. Una Europa alemana sería, al menos, una Europa sin aeropuertos fantasmas y en la que no sea necesario recortar salarios para pagar deudas.

Ciertamente, el odio oculta la envidia a la virtud ajena y el deseo inmoral de su eliminación porque recuerda los propios vicios...

Cuando los bárbaros cruzaron el Rin e invadieron Roma fue porque ésta acumulaba siglos de desequilibrios económicos. Por eso hace 1700 años Europa le tenía miedo a los germanos; hoy, también.

lunes, 22 de abril de 2013

Unión Europea y Balcanes Occidentales


Se habla mucho sobre la crisis de la Unión Europea, su falta de legitimidad democrática, sus contratiempos monetarios, el cuestionado liderazgo alemán, etc. Ante ese panorama, su proceso de ampliación sorprende por apenas haberse visto debilitado. Croacia ingresará el próximo 1 de julio de 2013 como miembro pleno tras haber elegido hace unos días sus primeros eurodiputados; Serbia,  como paso previo para iniciar el procedimiento de incorporación, acaba de alcanzar un acuerdo con Kosovo, su otrora provincia autónoma que declaró su independencia no reconocida en 2008;  y asimismo, Montenegro y Macedonia continúan con el estatus oficial de candidatos en un lento, pero constante proceso de reformas. Turquía, por su parte, es un caso aparte que merece otra entrada.

¿Qué tiene la Unión Europea que sigue
atrayendo a los Estados balcánicos? ¿Qué interés tienen los países ya miembros de sumar nuevos socios? Preguntas tan simples con aparentes respuestas concretas y obvias desembocan en una multiplicidad de interrogantes mucho más puntuales y complejas: ¿Está lista la U.E. para incorporar más miembros? ¿Está listo Belgrado para resignar su histórica posición dominante en los Balcanes Occidentales? Si Serbia reconoce la independencia kosovar, ¿eso allanará el
camino para que también lo hagan los cinco países de la región que no lo hacen? Si hay un tipo de interés comercial y económico, ¿no es suficiente acaso con algún tipo de asociación como el que tienen Suiza y Noruega?  ¿Por qué Inglaterra o Alemania quisieran unirse en un acuerdo formal de asociación con Estados tan frágiles e internamente divididos? ¿Qué rol cumplen en esto Rumania y Bulgaria, las vecinas más próximas? ¿Y Rusia!? Nunca hay que olvidarse de ella cuando se trata de los Balcanes.

Las preguntas son muchas y exceden este posteo; son inquietudes que tengo y sobre las que quizás realice mi Trabajo Final de Grado si es ningún ingrato profesor me echa abajo las ilusiones antes. Cuando lo haya hecho, dentro de unos cuantos meses, espero poder resumirles mis respuestas a éstas y otras más incógnitas. Sino, también.